domingo, 21 de julio de 2013

Mala noche

Era media noche, yo caminaba solo por el centro de la ciudad sin un destino fijo, simplemente quería dejar de pensar un rato y relajarme. La primera parte fue sencilla, ya que a pesar de la hora que era, la ciudad seguía sin dormir, montones de coches pasaban tocando el claxon para celebrar la victoria de su equipo y no me dejaban pensar en lo que me preocupaba, pero a su misma vez tampoco me dejaban relajarme, y os puedo asegurar que lo necesitaba.

Cansado del ruido insoportable e incesante de los coches decidí moverme a una zona más tranquila, así que cogí el camino a la plazoleta que había dos calles atrás con la esperanza de sentarme un rato y relajarme. No sabía cuanto me equivocaba...
Creyendo que se acercaba mi tan buscado momento de paz me senté en un banco, saqué mis auriculares medio estropeados y los conecté al teléfono móvil. Sonaba Nobody's Hero, de Edguy. Los auriculares estropeados emitían unos crujidos muy molestos, así que a media canción y muy a mi pesar la dejé  a medias.
Una vez me quité los malditos auriculares, aproveché esos instantes de silencio e intenté relajarme, pero el descanso duró poco.
A los pocos momentos de cerrar los ojos empecé a oír unos porrazos a un cristal y unos gritos huecos que pedían socorro. Exaltado, abrí los ojos  lo más que pude, y de forma nerviosa empecé a buscar de donde provenían los gritos y los golpes para asegurarme de que no eran producto de mi imaginación. En el segundo piso de uno de los edificios que había cerca, finalmente encontré la fuente de ese ruido: una mujer rubia, cuya cabeza parecía estar impregnada de sangre, golpeaba el cristal de su ventana mientras clavaba su mirada en mí. El terror y la desesperación que mostraban sus ojos eran tales que me dejaron clavado, inmóvil, petrificado. Al ver que no reaccionaba, empezó a golpear el cristal más fuerte y a gritar con más fuerza. Entonces, tal vez por miedo, reaccioné y me puse de pie. Con señas le pregunté que qué podía hacer para ayudarla, pero una vez más su tono de desesperación subió, creo que me insultó, pero no estoy seguro. Entonces, decidido fui a golpear la puerta principal del edificio para ir a por ella, no se si con la intención de socorrerla, o de vengarme por sus insultos.
Subí las escaleras lo más rápido que pude, mientras me daba cuenta de que a cada escalón que subía se oían más claramente los gritos de aquella mujer, así que me sorprendió que ninguno de los vecinos la hubiera socorrido. Una vez llegué a la puerta del segundo piso estuve a punto de tocar el timbre, pero luego me di cuenta de que hubiera sido una mala idea, en ese mismo instante también me pregunté por qué no había llamado a la policía, pero ahora ya era demasiado tarde, así que una vez más pateé la puerta que me barraba el paso. Entonces, a pesar de que pensaba que aquella noche ya nada más podría sorprenderme, enfrente de mí, me encontré a un tipo de dos metros de altura con un bate de baseball ensangrentado en la mano, que estaba asombrado por el repentino derrumbe de su puerta me miró, y sonrió mientras levantaba el bate con la intención de golpearme.
Entonces, una vez más, las celebraciones futboleras me perturbaron, y cuando abrí los ojos, vi que a mi alrededor había montones de adolescentes con banderas del equipo vencedor y gritando himnos sin sentido. Cuando la mezcla de sensaciones me lo permitió, me levanté del banco en el que me quedé dormido y pensé: - Casi que hubiera preferido arriesgarme a ver el final de mi sueño antes que ver esto...



1 comentario:

  1. Redacción perfecta, intrigante, incita a seguir leyendo, invita a vivir el relato en primera persona. Sublime¡¡

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