miércoles, 7 de mayo de 2014

Telebasura, por favor



Posiblemente si la telebasura no existiera la gente sería mucho más feliz, y no lo digo porque promocionen a guapitos y guapitas cuyo mayor logro ha sido saber plantar las veinte zarpas en el suelo en los momentos adecuados, sino porque hacen que gente como yo cometa idioteces del tamaño de un campo de fútbol.


Desde mi estancia en el hospital tuve que hacer varios cambios en mi vida, y el primero, por razones obvias, fue dejar de tomar café. Así que desde entonces mis desayunos de limitaban a un vaso de leche. Al principio intenté tomarla con varios cereales que se deshacían, como el típico Cola Cao de toda la vida, pero cualquier cosa que me recordara mínimamente al sabor del café hacia que se me vinieran las manos al cuello por si empezaba a quemarme. A la hora de desayunar solía ver la tele mientras le daba la vuelta a la cuchara dentro del vaso como si hubiera algo que mezclar. De repente algo me sacó de mi trance, y es que en el televisor dijeron algo que me llamó bastante la atención. 

Estaban echando un programa de ligoteo del cual no recuerdo muy bien el nombre. Creo que era algo así como “Marujas, hienas y viceversa”. La cosa es que enseñaron como uno de los pretendientes a la mujer se enrollaba con la misma y le preguntaron a otro de los musculitos qué sentía al ver cómo uno de sus rivales iba más avanzado que él en su relación con la señorita (por llamarla de alguna forma), a lo que él solo supo contestar que tenía envidia sana. En ese momento me indigné, apagué la pantalla de mala gana, me bebí mi leche y me dije a mí mismo:

—Vaya, hoy no está buena, será que no la has mezclado lo suficiente.

Y es que cuando uno mismo es gilipollas, tiene que saber reconocerlo. 

            Nunca he creído que exista la envidia sana, al igual no que creo que exista una envidia “no sana”. Simplemente creo que algunas personas saben llevar bien la envidia y otras no. Decir que tienes envidia sana de alguien pero luego poner cara de “te arrancaría los dedos de la mano uno a uno” es algo que para mí tiene poco sentido.

            Otra de las cosas que tuve que cambiar fue el bar al que solía ir en el descanso del trabajo. Digamos que me traía malos recuerdos. Así que en mi infinita manía de no beber nada que saliera directamente por el pitorro de una máquina, me fui a buscar otro bar en el que pudiera tomarme mi bebida caliente de media mañana. Así que ahí estaba, tomándome un té con la dosis justa de azúcar, en el que creía que iba a ser mi nuevo “templo de la desconexión”. Como no estaba acostumbrado al lugar no me sentía muy cómodo, así que me puse a escuchar la conversación de la mesa de detrás (supongo que en el programa de televisión yo sería una maruja). Eran dos chicos, uno le contaba al otro que se había comprado un coche, y que había estado ahorrando durante más de un año para poder comprárselo.

            Estoy totalmente seguro de que a partir e ese momento, si no hubiera visto antes aquel programa de telebasura, las cosas hubieran sido muy distintas. La cosa es que ante la cantidad de detalles y cosas buenas que le contaba el chico a su amigo sobre su coche el otro no pudo hacer más que decirle que tenía envidia, su compañero le miró sonriendo y se rió un poco,  orgulloso de haber conseguido darle envidia. Ante esta reacción, matizó:

—¡Eh, eh! Pero envidia sana!

Al oír eso, sin darme cuenta pensé en voz alta.

—Otro gilipollas con la tontería de la envidia sana.

Era más que obvio que me habían oído, así que agaché la cabeza, suspiré y me preparé para lo que venía. El chico se levantó y se puso delante de mí. En ese momento me di cuenta de que tenía algo en común con el chico del programa a parte de su forma de ver la envidia: los músculos. Él me preguntó que cuál era mi problema, y yo, en un alarde de soberbia infinita le intenté convencer de que era una tontería matizar que la envidia era “sana”. Obviamente cuando tratas a alguien de tonto e intentas que te dé la razón en eso el ambiente se caldea. Sintiéndome en clara desventaja sentado, me puse de pie para intentar explicarle mejor mi punto de vista. Debo decir que la desventaja se pronunció más al estar yo de pie, ya que el chico era dos palmos más alto que yo. 

Alucinando por lo absurdo de la situación, el chico me hizo una pregunta que poca gente sabe cómo responder: ¿Me estás vacilando? Y luego me empujó no muy fuerte contra la pared, con tan mala suerte que tiré de uno de los cables del televisor haciendo que cayera a tres dedos de mi cabeza. No era una tele muy grande, pero era lo suficientemente grande como para hacer que todo el bar se girara al oírla estrellarse contra el suelo. Ante tal escándalo, el camarero nos echó a los tres, y a mí me dijeron que me mandarían la factura de los desperfectos. 

Todo esto no hubiera ocurrido si yo no hubiera perdido el tiempo viendo telebasura por la mañana, ya que simplemente me hubiera indignado, me hubiera puesto mi sombrero y me hubiera bebido mi té, el cual esta vez sí que tenía motivos para mezclar.  

1 comentario:

  1. Telebasura es la terapia de los que duermen despiertos.
    Un trajo que entra por los ojos, hasta dejarnos borrachos.

    Saludos!

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