martes, 17 de octubre de 2017

Fractura (Total) Parte 2



Jennifer se paró en seco y no dijo nada, ni siquiera adoptó una postura más natural que la que tenía cuando la desafié. Sabía que estaba cabreada y sabía que ese silencio no se iba a romper de forma calmada. Me iba a caer un sermón y yo tenía ganas de saber cuál. Finalmente, al cabo de pocos segundos se giró. Sus ojos, para mi sorpresa, estaban tan llenos de lágrimas como de ira.

            —¡¿Que aproveche?! ¿Que aproveche para qué? ¿Eh? ¿Para decirte que ya era hora de que alguien usara de nuevo esa puta cama? ¿Para decirte que despiertes de una puta vez y superes ya la muerte de mamá? ¡Llevas cinco años tirando tu vida a la basura y no haces otra cosa que beber, fumar y oler vuestras fotos! —En ese momento las lágrimas se convirtieron en llanto y sus labios empezaron a temblar—. No, no es casualidad. Elegí a ese tío para que abrieras los putos ojos. ¡Estoy harta de cuidar de ti para que tú sigas autodestruyéndote!

Yo me quedé inmóvil. Ni siquiera parpadeaba. No sabía cómo asimilar aquella información. Era demasiado para mí. El calor de una lágrima recorriendo mi cara me sacó de aquel trance justo en el momento en el que Jennifer se iba del dormitorio, pero mi cuerpo no reaccionó y no pude evitar que se fuera. 

Habían pasado varios minutos y yo había recuperado, al menos parcialmente, el control. Me senté en la cama y rompí a llorar mientras mi cabeza seguía aturdida por toda aquella información.

 ¿Qué clase de mente macabra le haría eso a su padre? No me dolió que mi hija se acostara con un tío igual a mí, me dolió el recuerdo de las noches que pasé con mi esposa en esa cama. ¿Debería llevarla a un psiquiatra? Todavía la oigo llorar en su habitación. Soy un egoísta, me centré en mi dolor sin pensar en el suyo. ¿Debería quitarme de en medio? Yo debería haber cuidado de ella y no ella de mí. Llevo meses tosiendo sangre y ni se lo he dicho.

Mi mente no paraba de repetir aleatoriamente ideas de ese tipo, sin conexión alguna entre ellas. Tras un espacio de tiempo que no sé determinar, levanté la cabeza y me vi reflejado en el espejo. Tenía los ojos rojos e hinchados y además de las lágrimas que esperaba encontrar, descubrí que mi rostro estaba completamente untado en sangre. Ya me había olvidado de que me acababan de romper la nariz. 

Salí de mi habitación mucho más calmado y me dirigí silenciosamente al baño. No sabía qué hora era y ya no oía a mi hija llorar, así que pensé que podría haberse dormido. Al volver a ver mi aspecto me sobresalté de nuevo, así que procedí a lavarme bien la cara con agua. Al ser más consciente de la rotura y no estar tan alterado, lavarme la cara se convirtió en una tarea más difícil de lo que pensaba debido al dolor. 

Estaba empezando a sacar las vendas y el yodo para curarme cuando oí los pasos descalzos de Jennifer. Se dirigía hacia mí. Me puse un poco tenso, ya que no sabía si quería verla en ese momento. Tampoco sabía si debía verla en ese momento. Esperé pacientemente a que llegara mientras empezaba a curarme y, en el momento en el que suponía que su imagen aparecería en el espejo, se quedó fuera y oí cómo su espalda se arrastraba hacia abajo por la pared hasta sentarse. Supuse que ella tampoco sabía si quería verme y, aunque estaba bastante inquieto, seguí curándome. 

Pasaron varios minutos y yo ya estaba a punto de terminar. Ambos sabíamos que se acercaba el momento en el que tendríamos que mirarnos a la cara y asumir todo lo que había pasado.

—Papá —dijo, casi susurrando antes de que me diera la vuelta—, ¿estoy loca?
—No, mi vida —contesté, más seguro de lo que me esperaba—. Tu único problema es que has tenido un padre de mierda. 


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