miércoles, 21 de marzo de 2018

¿Por qué bailamos cuando nos aguantamos?

         Había algo en él que no me convencía. No estaba seguro de qué era, pero no me gustaba; me daba mala espina. Su movimiento de caderas, su sonrisa, su forma de colocarse el flequillo en su sitio... algo fallaba. Tenía la sensación de que me estaba mintiendo, y eso no me gustaba nada. Bueno, no me mentía a mí directamente, porque en realidad yo no estaba con él, sino con mi chica, también bailando. 
         La cosa es que su presencia no me dejaba concentrarme en ella y estaba empezando a mosquearme. Nunca me había pasado algo así. Había visto a tíos que me caían mal con solo mirarlos, pero al girar la cara ya se me había olvidado que estaban ahí. En cambio, él había conseguido que me sintiera engañado sin siquiera mirarme a los ojos. Además, me estaba meando vivo y eso hacía que me irritara más todavía. De golpe, algo superó en decibelios a la música de la discoteca e hizo que yo casi me meara encima del susto: mi novia gritando. 
         —¡OYE! ¡Si vas a estar a tu puta bola sin mirarme a la cara mejor me pongo a bailar con el taburete de la barra, que al menos no baila como si se meara encima! 


         Seguramente no se dio cuenta debido a la oscuridad de aquel antro, pero aquel comentario hizo que me sonrojara bastante. Era mi novia desde hacía bastante poco tiempo y no habíamos llegado a esa fase en la que los pedos unen. 


         —Pues la verdad es que me estoy aguantando las ganas de mear desde hace bastante —le dije, llevándome una mano a la nuca.


         —¿En serio? ¡Qué tonto! —contestó sorprendida, con una cara de culpabilidad que no entendí muy bien—. ¡Anda, tira! Te espero aquí. 


         Antes de dejar que me fuera me agarró por la corbata y me plantó un beso en la mejilla. Yo, por algún motivo, aproveché ese momento para echar un ojo a nuestros alrededores, pero el mentiroso había desaparecido. Cuando me soltó, le acaricié la mejilla con el dedo pulgar y sonreí.


         Mientras me dirigía al baño, sonreí orgulloso. Estaba seguro de que todas las personas de nuestro alrededor se habían muerto de ternura ante aquel momento tan romántico entre dos personas que hacían tan buena pareja. De vez en cuando forzaba aquellas situaciones afectuosas solo para dar envidia a la gente que nos rodeaba, pero eso no lo sabía nadie. Sin venir a cuento, mi vejiga decidió que ya me había regocijado bastante y me recordó que estaba llena hasta los topes, así que intenté disimular mi urgencia con unos ligeros pasos de baile que me llevaron a mi destino en un santiamén. 


         La voz más masculina que había oído en mi vida me sorprendió nada más entrar en los servicios:


         —Ya era hora, colega —al ser yo la última persona que había cruzado el umbral de la puerta me di por aludido y, un poco sobresaltado, busqué el origen de la voz, que no era otro que el mentiroso hablando por teléfono. 


         Me puse bastante nervioso al verle, ya que me daba entre miedo y vergüenza que se hubiera dado cuenta de mis miradas de odio, así que, aunque para satisfacer mis necesidades me bastaba con un urinal, decidí meterme en el cagadero para estar más cómodo. 


         Desde dentro de aquel pequeño cubículo con ventanas para pies no pude evitar estar atento y escuchar qué decía. Me quedé tan absorto marujeando que no me di cuenta de que mi vejiga ya estaba completamente vacía y yo había estado sujetándome el pene inútilmente durante varios minutos hasta que colgó. Ya que llevaba ahí dentro más tiempo del necesario, decidí alargar un poco más el rato y esperar a que se fuera. Y así fue: cuando oí el inconfundible sonido de la puerta cerrándose salí del escondite de la vergüenza.


         —Ya era hora, colega —dijo el mentiroso mirándome directamente a los ojos—. ¿Todo bien ahí dentro?


         Me quedé paralizado. Me había vuelto a engañar y, esta vez, directamente a mí. Tardé un segundo en reaccionar y finalmente pude pronunciarme, aunque no fue nada de lo que uno pueda sentirse orgulloso. 


         —Eh, sí. Bueno, sí. Creo—balbuceé agachando un poco la cabeza para evitar el contacto visual. 


         El chico se rió abriendo mucho la boca. Parecía orgulloso de haber conseguido crear aquella situación tan incómoda para mí. 


         —Veo que has gastado todas tus fuerzas para mirarme ahí fuera, ¿no? —dijo mientras movía la cabeza ligeramente para buscarme los ojos—. ¿Quieres que vaya a buscar a la chica con la que fingías bailar para que puedas volver a mirarme?


         En ese momento dejé de sentirme incómodo y pasé a sentir miedo. Estaba claro que, si gritaba, con la música a todo trapo que había ahí fuera nadie me iba a oír. Así que lo único que podía hacer era intentar evitar el conflicto. 


         —Lo siento —dije mirándole y fingiendo que mantenía la compostura—, no quería incomodarte.


         Tras pronunciarme, decidí que la conversación había terminado e intenté irme por su derecha, pero parecía que él no había tenido suficiente. Me paró estirando el brazo y seguidamente me agarró por el cuello de la camisa, empezó a andar hacia mí para obligarme a estar contra la pared y, sin soltarme el cuello de la camisa, pegó su frente con la mía. 


         —¿Adónde crees que vas? —dijo con un tono nervioso, pero sorprendentemente poco agresivo—. ¿A seguir aguantándote? ¿No se supone que es en el baño donde la gente viene a dejar de aguantarse?


         Yo no entendía de qué demonios hablaba, pero el miedo no me dejaba reaccionar. Me limite a volver a evitar la mirada cerrando un poco los párpados, aunque le tenía prácticamente encima. Al cabo de unos segundos en silencio me soltó, se dio la vuelta y suspiró. Al verle dudar me envalentoné y exigí lo que creía que me debía:


        —Supongo que ahora viene cuando te disculpas ¿no? —mi tono de voz no hubiera sido tan brusco si hubiera sabido lo que iba a pasar entonces. 


         —¿Sabes? Hay teorías que dicen que el ser humano reacciona haciendo cosas rítmicas cuando nos enfrentamos a un conflicto. En una discoteca ese tipo de tics son muy fáciles de disimular y estoy seguro de saber cuál es tu conflicto. O, mejor dicho, quién —en ese momento el mentiroso se dio la vuelta y empezó a acercarse a mí de nuevo—. Yo también te he estado observando, que lo sepas. La única diferencia es que yo sé aguantar mejor que tú. Pero no te preocupes, aquí no hace falta que bailemos.


         Entonces, una vez más, me agarró por el cuello de la camisa. La situación fue igual de tensa, aunque esa segunda vez en vez de juntarse nuestras frentes se juntaron nuestros labios.


2 comentarios:

  1. Ah,la vida te da sorpresas...Nunca sabremos con exactitud qué somos ni cómo somos.
    Buen relato,de los que no puedes parar de leer hasta el final.Esos son los mejores.

    Saludos

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    1. ¡Muchísimas gracias por tu comentario! Estas cosas son las que dan ánimos para seguir adelante:)

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